Durante esta semana, cada vez que abra esta página, sonará de inmediato la versión de My Way de Sid Vicious, pues me desperté con ganas de hacerle un homenaje a uno de los cantantes que, con su existencia, escribieron un capítulo sin el cual la obra universal de la vida, y de quienes por ella hemos pasado, sería mucho más aburrida.
A uno de esas personas que ahora, en el mundo de lo políticamente correcto y saludable, ya no se ven.
Conocí la versión de Sid antes que la de Sinatra y la de sus innumerables intérpretes, y sigo creyendo que ésta, la de Vicious, es la verdadera, la que en serio parece salir del corazón de quien la canta.
Es muy fácil hacer las cosas "a mi manera" cuando se es Sinatra, pero es mucho más interesante y divertido cuando se es Sid Vicious: joven rockero que no sabía tocar ningún instrumento, que murió a los 21 años, durante los cuales recorridó, ida y vuelta, la ruta del exceso.
Sid Vicious: líder de la cruzada contra el fundamentalismo de la moderación.
Mejor que la canción, es el video, en donde se muestra a un Sid Vicious vestido a lo gran estrella, presentándose ante un público elegante y serio. Antes de terminar de cantar, Sid saca una pistola y los mata a todos.
Ése es el espíritu punk, el que tenían los Sex Pistols, The Ramones, Misfits y Bad Religion. Ésa es la actitud que está ausente en Avril Lavigne, en Blink 182 (ese reality del baterista, casado con una ex Miss America...), en el actual Green Day (el último video de Green Day parece de Backstreet Boys y viceversa. El mundo está al revés) y en Simple Plan.
Alguien notó que la base rítmica del punk más básico era muy parecida a la de los corridos prohibidos. Creo que, independientemente de la relación irrelevante e imposible de los dos sonidos, existe una similitud entre la vida del punketo y la del mafioso de la que habla la música norteña: un afán por vivir, una necesidad impaciente por pellizcarse, por ver el sol luego de haberse revolcado en las penumbras del hedonismo.
Igualmente, hay sinceridad y transparencia: al narco que tiene hipotecado al alcalde de turno, no le importa el qué dirán, no le interesa guardarse sus insultos o sus actitudes. Lo mismo pasa con el punketo de verdad, al que, excepto ir por la vida actuando - no viendo pasivamente la vida como si fuera una película de la que es ajeno -, no le importa nada más.
La razón por la cual Sid Vicious es inmortal, mientras que Johnny Rotten (compositor de todas las canciones de Sex Pistols, líder único de la banda y real creador del punk) pasará al olvido es simple: mientras que Vicious, sin saber tocar bajo, murió en su Ley, la última imagen que tenemos de Rotten es la de un gordo capitalista que, muy viejo, subía a los escenarios a ganarse sus últimos míseros centavos.
Las últimas imágenes de Vicious son las de un guerrero manchado en sangre, que había sido arrestado por perseguir periodistas con cadenas y dejar ciega a una mujer accidentalmente: quería era matar a otra, pero tuvo mala puntería.
Su perdición no vino de la heroína, sino de quien se la hizo probar: Nancy Spungen.
¿Y qué de malo tiene perderse en el amor? Citemos a otro padre del pecado, Sabina: "porque amores que matan, nunca mueren". Hay gente que se hace matar por cosas menos importantes: la dignidad, el dinero, la patria....
Según una investigación, a Nancy no la mató Sid, pero a mí no me importa. Como biógrafo amateur, le doy el final que quiero:
Sid Vicious, harto de la zorra que lo estaba enterrando, cogió su cuchillo - el mismo con el que se cortó la mano para luego seguir comiendo como si nada- y, con mucho amor, mató a la puta que le había arrancado la vida hacía tiempo.
Nunca se arrepintió por ello, pero la vida, sin una persona que lo acompañe a uno para ver cómo se nos consumen las fuerzas para vivirla, es muy aburrida, poco punk.
Se podría decir que este post es una apología a la violencia, pero, sin negar que muy probable que felizmente sea así, mi idea es otra: sería muy aburrido que toda la historia de la literatura universal estuviera llena de obras de Borges. A veces, es bueno encontrar un Bukowsky, un Cioran, un Andrés Caicedo y, por otro lado, en el extremo de la podredumbre, un Coehlo.
La historia de la humanidad sería muy aburrida si no pudiéramos encontrar, en algunas de sus páginas, relatos diferentes a los de Gandhi.