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Monday, August 29, 2005

Claustrofobia

Cuando descubrí que la historia de don diecinueve no era cierta y que las heridas en mi cara se explicaban con la carne y sangre que se guardaba en mis uñas, recordé exactamente cuándo empezó mi búsqueda del oxígeno de lo irreal para escapar de la sofocante certidumbre.

El 29 de diciembre de 2004, estaba a punto de apagar el computador y de largarme de mi oficina, cuando de repente sonó el teléfono.

Eran las ocho y media de la noche.

La voz de una mujer joven preguntó nerviosamente por CCCC Le hice saber que estaba equivocada y la despaché rápidamente.

Cuando estaba oprimiendo el botón del ascensor, recordé que había dejado unos papeles importantes, que quería leer en mi casa, por lo que, luego de un suspiro de resignación, me devolví a la oficina.

Justo cuando estaba guardando los papeles en mi maletín, el teléfono volvió a sonar. Era nuevamente la mujer nerviosa que preguntaba por CCCC. De mala gana, le contesté que la extensión a la que llamaba era mía y no de él y que si quería hablarle, tendría que llamar al día siguiente.

Al día siguiente, a las cuatro de la tarde, nuevamente sonó el teléfono y nuevamente la mujer preguntaba por CCCC. Hastiado de su insistencia, aunque con algo de tiempo, decidí matar el ocio haciéndome pasar por él:

- Sí, habla con él. Soy CCCC
- Soy Ana, la intermediaria. El Señor me mandó para que le entregara su plata.

pausa.
Recuerdo que me tomé un buen sorbo de agua antes de decidirme a seguir en el juego


- Bien - Dije
- Estoy afuera de su oficina. De qué color es su corbata?

Mi puesto tiene una ventana hacia la carrera 12 con calle 97, así que me asomé y desde mi puesto pude ver a una niña que sudaba y hablaba por un celular.

- Roja, es roja. Llevo una camisa blanca y un vestido negro.
- Salga y le doy el maletín
- Gracias

El ocio, el aburrimiento por la vida, las ganas de que por fin me pasara algo emocionante en mi agobiante rutina, no sé, algo, me impulsó a agarrar mi chaqueta y salir a recibir el maletín que me condenó.

La verdad, no recuerdo qué pasó desde el instante en que decidí bajar a recoger el maletín y el momento en que me encontré encerrado en el baño revisándolo. Solo recuerdo, que la luz de la oficina de CCCC, estaba encendida.

Al abrir el maletín, la caja de pandora se abrió y supe, de inmediato, que acababa de arruinar, por completo, mi arruinada vida a medias.

Recuerdo que una opresión en el pecho casi me ahoga y que tuve que hacer un gran esfuerzo por no vomitar.

En el maletín, además de doscientos fajos de billetes de 50 mil, había un dedo con un anillo.

El dedo estaba casi verde y había sido cortado desde su raíz. La verdad, no recuerdo qué dedo era, y no sé si pudiese reconocer si un dedo es anular, meñique o índice, si éste dedo no se encuentra acompañado de sus inseparables amigos dedos.

El anillo era gigante y tenía una cripta de cristal, en cuyo interior había un papel rosado, perfumado y con letras de una caligrafía perfecta.

No sé cuánto tiempo pasó, pero es normal que, al terminar la tarde, mis compañeros de oficina tengan una evidente tendencia a sincronizarse para ir al baño, así que supe que llevaba mucho, muchísimo tiempo adentro del baño, cuando oí que Benito, el abrepuertas de mi oficina, estaba siendo llamado a gritos por los desesperados buscabaños de la tarde.

Reconocí la voz del socio y la de CCCC. Ambos charlaban animosamente sobre las posibles causas del baño eternamente cerrado con llave.

La situación era incómoda y aparatosa, aún si no tuviera en mis manos cien millones de pesos, un dedo verde, con un anillo que olía a perfume y tenía dentro de su cripta una carta rosada.

Decidí, ante la algarabía cada vez más creciente afuera del baño, salir y asumir los chistes de mis compañeros de trabajo. El maletín lo escondí en un armario que estaba arriba de la tasa del baño y que nadie nunca abría.

Antes de guardarlo, me metí el dedo con el anillo en el bolsillo. Mi idea era poder leer la carta, mientras todos peregrinaban al baño y, ahí sí, coger el maletín y perderme a algún lugar para ver cómo me perdía.

Luego de soportar algunos chistes y de inventarme excusas realmente estúpidas (no podía decir que me había quedado dormido, porque todos creerían que era un inepto perezoso y me despedirían, aunque si hoy lo pienso, esto me hubiera importado poco cuando tenía cien millones de pesos en mis manos; no podía decir que me había vomitado o mareado, porque todos creerían que había llegado borracho a la oficina, aunque esto me hubiera importado poco cuando tenía cien millones de pesos en mis manos; dije que estaba cosiendo mis calzoncillos porque se me habían roto cuando me había agachado a recoger un papel), seguí con impaciencia la entrada y salida de todos los personajes: primero entró Mario, luego Jaime, después Carlos, entonces Diego, de quinto, entró Javier, más tarde Germán Camilo, enseguida Sergio y finalmente Jorge. Cuando Jorge salió, entré al baño.

No sé por qué me fijé inmediatamente en el suelo, pero no pude apartar, por unos momentos, la mirada de un pequeño papel que había en el suelo. Cuando dejé mi embobamiento (no quería pasar otras dos horas en el baño), abrí el armario para descubrir algo que ya sabía desde que había tomado la decisión incorrecta: el maletín no estaba allí.

El papel en el suelo era uno de esos que le ponen los bancos a los montones de billetes para separarlos por determinadas sumas.

Salí corriendo (qué más iba a hacer?) y en la tienda de la esquina, pedí el baño prestado.

Allí, reventé contra el suelo la cripta de cristal del anillo y pude leer, de la olorosa hoja de papel rosado, mi nombre.



La oficina tiene un ambiente denso, denso. Es claustrofóbica, es asfixiante. A veces, cuando me sentía encerrado y sin salida, gritaba.



CCCC me dice que el 29 de diciembre de 2004, sonó el teléfono y, al otro lado de la línea, yo le gritaba que no, que ésa no era su extensión, sino la mía.



Escribir este post sin el dedo en el que alguna vez llevaba un anillo con el nombre de CCC era menos difícil cuando no goteaba la sangre que yo mismo produje al haberme arrancado la cara mientras escapaba del secuestro producido por el hijo de alguien que nunca existió.

Wednesday, August 24, 2005

Desde ningún lugar

A 19 - 73


Hace unas semanas publiqué un post en el que reseñaba mi encuentro con un señor al que llamaban diecinueve siete tres por el número con que había ganado la lotería.

En este post contaba que lo había conocido en circunstancias extrañas y describía ciertos aspectos de él que lo retrataban, debo aceptarlo, como a un mafioso.

Pues bien, terminaba mi post diciendo que "el jueves pasado, mientras esperaba que nos llamaran a abordar el vuelo hacia Medellín, leí con pereza los Avisos Fúnebres del periódico y encontré su nombre. Abajito del Solórzano estaba el 1973, que no era su fecha de nacimiento, sino el número que el azaroso destino guardó para que yo pudiera ver la cara a una persona por diez minutos, a la cual le dedicaría, muchos meses después, un post que tal vez ninguno de sus allegados (los que le decía diecinueve, sin el don) llegue a leer".

Como el destino ciertamente está predestinado de manera azarosa, don diecinueve siete tres se encargó de recordame, hace tres días, que no ha muerto, pues el pasado domingo recibí una llamada de su hijo en la que me informaba que, de manera casual, había encontrado mi crónica.

De forma poco sutil, me dijo que así como no había representado ningún problema encontrar mi teléfono a partir de un blog en el que no se pide este dato, tampoco lo era ubicarme en pocos minutos y pegarme un tiro.

Por eso, me pedía que saliera a la portería de mi edificio y me montara en la camioneta negra que allí se encontraba parqueada.

Sorprendido por la capacidad del hijo de don diecinueve (¿cómo coños encontró mi teléfono?), bajé a la portería y comprobé que la camioneta efectivamente estaba allí parqueada y que desde su interior me miraba uno de los matones que había conocido en la finca del fallecido señor Solórzano.

Dimos unas vueltas por el sur de la ciudad y, cuando llegamos a una carretera destapada, se detuvo el carro, muy cerca de una camioneta roja que allí esperaba.

De la camioneta roja se bajó el hijo de don diecinueve. Se presentó y me dijo que no le había gustado mi post. Me dijo que él no era de la calaña de sus acompañantes, que tenía un MBA en Londres y que sabía exáctamente qué era un blog y, por añadidura, quién era yo.

No respondí nada.

silencio total, un silencio que dibuja de un color especial el ambiente, como si lo visual estuviera desde siempre contaminado de lo sonoro. silencio y todo el paisaje cambió: adquirió el color del silencio.

Me informó que me daba exactamente dos semanas para que publicara un artículo positivo sobre su padre. Me dijo que ya había hecho un arreglo con un periódico de circulación nacional y que saldría en un mes.

Para tales efectos, me ubicarían en una de sus fincas y allí, incomunicado, debería redactar el artículo.

Cuando escribo esto, me queda semana y media para terminar el artículo y todavía no lo he empezado.

Estoy en medio de la nada y no sé qué hacer.

Solo hasta ayer pude conectarme a internet y enviar algunos correos a quienes pueden ayudarme.

Hasta ayer, no había podido encontrar un cable que me sirviera para conectar el computador, no había ninguna conexión telefónica a la vista.

Tal vez éste es el último post que escriba, pero estoy seguro que, tarde o temprano, habré de empezar a teclear mis últimas líneas, las cuales aparecerán publicadas en un diario, a tan solo algunas páginas de mi obituario.

Todo por culpa de un destino azaroso solo a los ojos de nosotros. Tan de difícil interpretación para mí en el momento en que publiqué el post culpable.

Friday, August 19, 2005

Cuatro definiciones

A partir de una frase, que talvez a continuación proceda a tergiversar, he definido algunos conceptos fundamentales en mi vida.

Amor

Porque creí que con ella había alcanzado lo que muchos buscan a lo largo de toda su vida, me casé a los 16 años.

En algún momento, mi ahora ex-esposa, me dijo la siguiente frase, la cual no sé si es de su autoría o si fue plagiada:

El amor es como Dios: Nunca lo hemos visto, pero sentimos su presencia. Es todopoderoso. Usted verá si cree o no en Él, pero en lo que más se parece el amor a Dios es que siempre nos abandonará cuando más lo necesitemos.

No sé si creer o no en esta reflexión, pero el amor, como ella, me abandonaron cuando más los necesitaba.

La muerte

En una entrevista, Borges dijo que el problema de la muerte de los seres queridos era que olvidábamos que ellos, como nosotros, son meros cadáveres que caminan.

Me doy cuenta de eso y de que, aún sabiendo lo anterior, sigo olvidando que no somos eternos.

Por eso, me conformo con creer que mañana todavía no será tarde para decirle a la persona a la que no llamo hace algún tiempo, que sí me importa.

Pienso que el que tenga la reflexión de Borges (que creo que fue de Borges) en la cabeza y no la olvide, podrá lograr el epitafio con el que siempre he soñado, el cual es plagiado completamente de Océano Mar, de Alessandro Baricco:

"No sé. Hay gente que se muere y, con todos los respetos, no se pierde nada. Pero él era de los que, cuando ya no están, lo notas. Como si el mundo entero, de un día para otro, se hiciera un poco más pesado. A lo mejor este planeta, y todo lo que hay en él, flota en el aire sólo porque hay muchos [como él] por ahí, ocupados en matenerlo en su sitio. Con su ligeresa. No tienen cara de héroes, pero mantienen el garito en marcha. Son así"

Venganza

El motor del éxito no debería ser ninguno de los identificados por los vendedores de felicidad (psicólogos, autores de libros de superación personal, etc.), sino la venganza.

La venganza entendida como la entendí de una intervención de Seinfeld, la cual iba más o menos así:

"No entiendo por qué algunos son tan poco creativos para creer que la venganza es hacer sufrir al otro. No, la venganza es buscar la superación y despertar la envidia de las personas de las que queremos vengarnos"

Así, la mejor forma de vengarse es despertando la envidia y no cayendo en la bajeza de construir estrategias de destrucción. Ya lo decía Pambelé: En Colombia se muere más gente de envidia, que de cáncer.

La vida

Algún día me pasó algo bizarro en otro país. Maldecía mi suerte y me preguntaba por qué me pasaban esas cosas en el primer mundo y no en la temible Colombia.

Deprimido, me metí al messenger y me encontré con un amigo, quien me contó lo siguiente:

"En Colombia nunca oí un disparo, pero acá en Suiza, estuve a punto de morir en un tiroteo al interior de un bar. Fue un problema de intrigas financieras, que a mí no me tocaban. Estaba en un país civilizado y casi me mata una bala perdida. ¿ Y qué? La conclusión es que así es la vida, punto. La hijueputa vida es así."

Thursday, August 18, 2005

Una certeza

La canción, que no es que sea muy buena, relata la historia de un hombre maduro que tiene la especial habilidad para escoger siempre a la mujer equivocada.

Estoy sentado en un banco, mirando la Plaza Catalunya en Barcelona, es verano y llevo dos días sin dormir.

En mis manos tengo los cuatro CDs que acabo de comprar en Fnac y el tiquete para viajar a Madrid esa misma noche. Dos días después, estaré llegando a Bogotá.

Sentado allí, oyendo la canción de un grupo que se llama Fito y Los Fitipaldis, compruebo que estoy completamente solo y que las personas que pasan a mi alrededor son meros espectros que profundizan la soledad, la insipidez emocional y, sobre todo, una certeza absoluta: a mi regreso a Colombia nada, absolutamente nada, volverá a ser igual.

Nunca antes había tenido una certeza tan clavada en la piel y, hoy, más de un año después, me doy cuenta de que esas certezas que vienen de no se sabe dónde, son mucho más precisas que cualquier cálculo matemático.

Nada ha sido igual desde entonces, cuando, oyendo una canción que hablaba de unas lágrimas que caen en la arena, supe que algo me había extirpado la capacidad de maravillarme con el mundo, mi capacidad de asombro. Mi esperanza.

Era la certeza de saber que yo había sido creado con un talento especial: tomar siempre la decisión equivocada.

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Kierkegaard concluyó, como siglos antes lo había hecho ya Parménides, que la existencia del ser sólo se inicia cuando éste toma la decisión respecto a qué camino seguir, es decir, cuando decide escoger, en palabras de Weber, su proyecto racional de vida.

Lo anterior, demuestra la dificultad intrínseca en el respeto al mandato de Kant de "atrévete a pensar", al igual que corrobora el por qué el éxito de algunas religiones de la nueva era y los libros de autoayuda, pues siempre es más fácil pedirle a alguien que decida por uno.

Si tomar la decisión de vida es volverse adulto, me declaro un infante; un infante que, si finalmente se resuelve a tomar una decisión, habrá de tomar, sin ninguna duda, la errónea.

Indignación

Si usted se encuentra en un dilema, puede utilizar una metodología cuya aplicación le brindará la respuesta correcta: salga a la calle y haga una encuesta. Si una de las posibles soluciones a su duda obtiene una mayoría absoluta y contundente, entonces el camino es sencillo: haga lo contrario a lo que la masa le indica.

Es increíble la capacidad del pueblo unido para decidir mal. Es increíble que la retórica de la acción de Uribe sea tan contagiosa como para cegar a todo un país. Es increíble la pereza mental de los colombianos.

Es increíble que aquí no pase nada, que nadie que sea popular o prestante esté en la cárcel.

Es increíble que la Fiscalía y la Procuraduría se hagan los de la vista gorda con lo sucedido con Daniel Coronell y el terrorismo de José Obdulio Gaviria, respectivamente.

En los comments a este post, transcribo bastante información sobre estos temas.

Me indigna la ceguera y me indigna el silencio.

Eduardo Caballero Calderón decía que responsabilidad es asumir las consecuencias de los actos de uno, independientemente de la motivación que se tuvo para llevarlos a cabo.

Que Náder responda y no se refugie en España como un cobarde y que José Obdulio pague por un acto tan bajo como el que hizo contra la ETB, así como, hace unos años, pagó el pobre indio peinado al que le dió por mandar un correo creando pánico económico al inventar información perjudicial contra algunos bancos.

Sin embargo, la petición que hago en este post es ridícula: vivimos en un país de bacanes, en donde nadie paga por lo que hace.

LO PEOR: La peor columnista del país, María Isabel Rueda, experta en frivolizar temas importantes, cree que la defensa del Presidente a la conducta criminal de su asesor, lo hace ver sexy.

PREGUNTA: ¿Por qué leo a esta idiota de María Isabel Rueda? Es algo masoquista, como ver a Jotamario Valencia o Padres e Hijos.

Más información: aquí!

Monday, August 15, 2005

Un camino cuyo mapa perdí

siguen golpeando y buscando
ese gran significado
que la vida ha programado
desterrado
El ritmo del lunes, Calamaro

Un personaje de Baricco dice que a algunos les toma menos tiempo que a otros llegar, pero que, igual, no todos tenemos por qué escoger la línea recta. Algunos preferimos dar vueltas y vueltas antes de empezar a caminar. A algunos nos toma años llegar a donde otros llegan en cuestión de semanas.

Un amigo escribió, para un paper en su LLM, que el derecho usualmente se analiza desde criterios como la validez, la legitimidad, la eficiencia, pero pocas veces, desde la originalidad.

Algunas personas empiezan a caminar este camino trazando un mapa que está regido por principios como la honestidad, la eficiencia (entre más rápido, mejor), el sacrificio o el amor.

Yo me pregunto qué es lo que rige este mapa que dibujé. Me pregunto y, a veces, incluso puedo interpretar algunos de los pasos recorridos.

Por ejemplo, sé que hasta hace poco creí que me iba a alcanzar el tiempo para hacer todo lo que me pudiera proponer.

Mi mala memoria no me permite recordar cuál fue el biógrafo que dijo que Wittgenstein, en algún momento, tuvo la certeza de que nunca iba a morir. Gracias a ello, su actitud en la guerra tuvo un coraje deslumbrante y en las anotaciones a sus obras nunca se reconoce un desánimo por una vida que estaba llegando a su fin.

Hoy, puedo incluso dibujar y dar nombre a cada una de las estaciones de mi vida.

Creo, de hecho, que estoy sobreautodiagnósticado. El problema es que no encuentro cuál es el motor de mis últimas acciones, no sé qué piensa el dibujante que nos caricaturiza a todos, así como tampoco sé, ni mucho menos, cuál será el siguiente trazo que este papel que recibí en blanco tendrá.

Wednesday, August 10, 2005

Elegante, rico y sencillo

A Don "19 - 73"


Se llamaba Rigoberto Solórzano Guarnizo, pero sus empleados lo conocían como don diecinueve siete tres y sus amigos le podían llamar cariñosamente diecinueve siete tres, sin el don o incluso, los más cercanos, diecinueve.

El nombre se debía al número de cuatro cifras que armaba cada uno de los anillos de su mano derecha. En el índice estaba el 1, en el medio iba el 9, en el anular estaba el 7 y el meñique era adornado por el 3.

El orden de los anillos, con sus correspondientes números, se debía a la cifra que estaba impresa en el billete de la lotería de Boyacá gracias a la cual el marica del Rigo se había convertido en don Solórzano, en el doctor Solórzano o, simplemente, en don diecinueve siete tres.

La serie era la 66, pero don Rigoberto siempre creyó que ese número era mejor no tenerlo cerca porque, aunque a él le debía su fortuna, algo habría de tener con el diablo.

Conocí a don diecinueve siete tres un año antes de su muerte. Me encontraba preparando mi tesis sobre el patrimonio cultural para ser presentada ante la Facultad de Derecho de la Universidad de Los Andes.

En mi investigación, me había encontrado con el texto del abogado Martín Carrizosa (hoy socio de Prieto & Carrizosa), titulado "algunas consideraciones sobre las guacas, los tesoros y las especies náufragas" de 1990, el cual me animó a conocer ciertas zonas del país para determinar cuál era la percepción de los guaqueros sobre los bienes que encontraban.

Dos días antes de terminar mi serie de entrevistas, unos hombres que se bajaron rápidamente de sus Pathfinder, me "invitaron" a visitar a El Patrón. Como el protocolo obliga a no negar la amable invitación que un grupo de civiles armados hace a un buen cristiano, subí a sus máquinas.

La casa, según le relataba uno de los matones a una jovencita que iba en el carro, era una réplica exacta de la casa blanca, con una pequeña edificación al lado que imitaba a la perfección la casa-estudio de Gran Hermano.

Creo que su descripción se quedó corta, pues las imitaciones eran tantas, que creo que hubiera necesitado de por lo menos tres meses para poder identificarlas todas: la entrada imitaba el arco del triunfo, había una torre que venía a cuento de nada que era idéntica al edificio Rockefeller y, de lo poco que recuerdo, el parqueadero era una réplica en miniatura de la Plaza Garibaldi.

Allí estaba él, sentado en una silla de peluche. Hizo dos gestos y los hombres se fueron para dejarnos a solas.

Me preguntó a qué iba a esas tierras y qué eran esas preguntas que hacía a los pobladores. Le expliqué que me encontraba terminando una investigación y le mostré el carné de la Universidad y un librito que trataba sobre el tema.

Los examinó detenidamente y llamó a gritos a Rafael, quien me llevó nuevamente al pueblo.

No hubo nada más, ni una palabra.

El jueves pasado, mientras esperaba que nos llamaran a abordar el vuelo hacia Medellín, leí con pereza los Avisos Fúnebres del periódico y encontré su nombre. Abajito del Solórzano estaba el 1973, que no era su fecha de nacimiento, sino el número que el azaroso destino guardó para que yo pudiera ver la cara a una persona por diez minutos, a la cual le dedicaría, muchos meses después, un post que tal vez ninguno de sus allegados (los que le decían diecinueve, sin el don) llegue a leer.

Monday, August 08, 2005

Odios

Los mercaderes de la normalidad, los siquiatras, son los principales promotores de lo que alguien llamó el fundamentalismo de la moderación.

Ejercen con pedancia una seudociencia. En efecto, según Hume, la sicología y la siquiatría no son ciencias porque no pueden (son incapaces) de cumplir con uno de los requisitos esenciales para que un estudio se considere como tal: el de la predicción.

No tiene gracia que un científico me diga por qué sucedió algo, sino que a éste se le debería exigir, además, que, con base en las reglas por su ciencia descubiertas, se logren anticipar ciertos hechos: el paso de un cometa, la muerte por efecto de una enfermedad, que el objeto que lanzó para arriba va a caer.

La sicología es incapaz de lograr esto.

Por esto, y por tipificar conductas inofensivas (comerse las uñas, deprimirse por la muerte de alguien, tener ganas de tomarse un trago por la mañana de vez en cuando), es que odio a los siquiatras y su despreciable búsqueda por eliminar los impulsos que nos hacen humanos.

Odio a los siquiatras, odio a los que escriben psiquiatras y odio:

A los que siguen las estúpidas reglas sociales que se inventa un locutor de radio juvenil: está prohibido usar sudadera y tirar con medias. A los que cambian el diccionario y eliminan verbos como colocar, escuchar o distinguir. A los que tienen un español arribista y acomplejado.

A los que son meros espectadores de su vida. A los que rehúsan a detenerse un momento a pensar si de verdad están caminando por el sendero que escogieron o si simplemente andan guiados por el mapa que alguien, en algún momento, les escribió.

A los que, por llevar tantas máscaras, olvidan la forma de su cara, el tacto de su piel. A los que escriben y leen manuales de autosuperación o librajos para alcanzar el éxito en 7 pasos.

A los que tratan a las mujeres como si fueran cosas. A las mujeres que son más machistas que los hombres. A las guarichas que buscan al traqueto que las mantenga.

A los que practican la religión del avispáo, de la malicia indígena, del vivo vive del bobo. A todos los que hacen parte de la cultura sicarial de este país.

A los que responden a una crítica o a un argumento que no comparten con la mayor obviedad y pereza mental, llamando a la contraparte resentido, irrespetuoso o loco.

A los que son incapaces de pensar en contra de las mayorías estadísticas.

A los que se quedan en la forma y no ven lo esencial.

A los fanáticos de la salubridad (fumar es pecado, emborracharse va en contravía de ese templo que es el cuerpo)

A los lagartos. A los que admiran e idolatran a alguien por su posición actual, olvidando que cuando este exitoso se encuentra en la soledad de su cuarto, descubre que su piel, como la de cualquiera, se está marchitando y que le duele la barriga cuando se toma un café luego de las cinco de la tarde.

A los que creen que leer, viajar o tener éxito profesional, los hace mejores personas.

A los que creen en verdades absolutas.

A los que son incapaces de darse una oportunidad para vivir. A los que no conciben perderse una noche, a los que les da miedo no tener el control sobre sí mismos.

A los provincianos que creen que es un logro nacional el que Moreno esté en el BID, que Juan Valdés gane un concurso de íconos populares o que Kike Santander obtenga un premio.

A los que solamente se encuentran cuando están con otros, en masa. A los que solo son, cuando están en su partido político, su barra brava, su grupo excluyente: metaleros, paisanos...

A los frívolos de tiempo completo.

A los expertos en el arte de trepar, que no es otra cosa que disimular su mediocridad para ascender sobre los que, siendo realmente buenos, desconocen el mundo de las intrigas.

A los que clasifican a las personas según su equipo de fútbol, libros preferidos o música favorita.

A los que son incapaces de sentarse a considerar que todos somos cadáveres ambulantes y que esa persona que tenemos al lado mañana no estará.

A los que satanizan a alguien por una única conducta, por una exclusiva frase o por un prejuicio que no fue capaz de darse la oportunidad de revaluar.

A los que creen que la única opción es "no dejársela montar". A los que no consideran la posibilidad de evitar un conflicto.

A los bacanes hijueputas.

A los que son demasiado arrechos.

A los provincianos que creen que Montoya, Shakira, Juanes, Gabo y Botero muestran la cara linda del país. Un argumento: cuando leo a Monterroso a mi mente no viene Guatemala, así como tampoco creo que sus fuertes líneas cambien el dibujo que siempre he tenido en mi cabeza de ese país.

A las familias prestantes de este país y a los que, al mostrar su servilismo ante ellos, olvidan que todo rico tradicional de este país logró serlo a punta de bala. Odio a los que desprecian al nuevo rico (excluyamos a los traquetos), cuando son éstos los que demuestran que en este país, a pesar de que todos los días se pisa a quien no es fuerte, todavía se puede.

A la mayoría de los celadores: despreciables perros guardianes que encuentran su legitimidad en la fuerza que les ha sido otorgada sin ningún mérito: no ser excesivamente enanos, por ejemplo. A los que profesan, sin creer, una profesión en la que muchos creen: curas sin vocación, policías que fracasaron como profesionales, músicos que disfrazan de originalidad su prostitución.

A los que se creen críticos cuando son meros criticones.

A los que dejan comentarios en los posts del estilo: "buen blog. visita el mío".

A los traquetos, a los excesivamente mamertos, a los racistas, a los clasistas y a los sexistas.

A los cuenteros y a los seudointelectuales.

A los que se llaman Yurleydis, Johanson o Léider y a los que no les dan una oportunidad a los que así se llaman. Odio a los que tuvieron el mal gusto de marcar como ñeros a sus hijos con nombres reprochables, pero también a los que satanizan a quienes los llevan. Si yo no soy culpable por el hecho de que, a los dos años, mis papás me hubieran bautizado, por qué habrían de serlo quienes a las pocas horas de nacidos fueron marcados por la estupidez de sus papás.

A Álvaro "el enanito montañero y despreciable" Uribe, a Juan Manuel Santos, a César Mora, a Carolina Sabino, a Andrés López, a Daniel Samper Pizano, a Germán Vargas Lleras, a http://paisbizarro.blogspot.com, a Horacio Serpa, a José Obdulio Gaviria, a yojosegabriel, a Carlos Antonio Vélez y a María Isabel Rueda.

A los provincianos que creen que los no-colombianos están en la obligación de cerrar los ojos ante tanta mierda que hay en este país y solo ver las bellezas artificiales que tenemos (se me viene a la memoria la inteligente estrategia de Isabella Santodomingo que, indignada por las imágenes de una película, muestra lo que Colombia sí es: la Torre Colpatria y otras panorámicas que representan, según ella, una mejor realidad que la Bogotá de Ciudad Bolívar). Un análisis de verdad: aquí

A los que les da pereza pensar.

A los que les da miedo odiar. A los que odian, pero temen que se les note.

A los que suprimen o disimulan sus odios.

Wednesday, August 03, 2005

Crímenes sutiles

Una generación desencantada, que ha perdido la capacidad de asombro y la facilidad de maravillarse por las cosas sencillas, crea personas confundidas que, en medio de su perdido mundo, cometen crímenes silenciosos, pero de los que son inocentes.

Suena The Misfits. Ella está en el sofá y él en el suelo. No tienen ropa y se miran sin ganas de hablar. Ya pasó. ¿Por qué pasó? Para qué buscar el por qué. Simplemente pasó y ninguno es culpable. Se visten y él sale. Quince minutos después, el hermano del que se fue, besa a su esposa, que acaba de vestirse.

Suena el teléfono y el viejo le informa que su prima acaba de lanzarse por un puente. ¿Cuál puente? Qué importa cuál puente. Un puente. Yo no tengo la culpa de que ella se aferrara de alguien que no quería volver a verla. No es mi culpa, yo simplemente, no quería verla.

Sin remordimiento, sin culpa. La ausencia de la culpa no valida lo que pasó. Pero tampoco nos esforcemos por condenar el acto. Juan sale de la casa de Gabriel, quien prende un cigarrillo y pretende creer que nada ha pasado.

Hace unos años, el libretista de mi vida hubiese concluido su obra con un crimen pasional, con un asesinato perfecto. En este lustro, cuando manda la insipidez, a él le da pereza elaborar un argumento de venganza. Me pinta sentado al frente de la ventana, mirando la lluvia y pensando en qué comer.


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