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Monday, August 29, 2005

Claustrofobia

Cuando descubrí que la historia de don diecinueve no era cierta y que las heridas en mi cara se explicaban con la carne y sangre que se guardaba en mis uñas, recordé exactamente cuándo empezó mi búsqueda del oxígeno de lo irreal para escapar de la sofocante certidumbre.

El 29 de diciembre de 2004, estaba a punto de apagar el computador y de largarme de mi oficina, cuando de repente sonó el teléfono.

Eran las ocho y media de la noche.

La voz de una mujer joven preguntó nerviosamente por CCCC Le hice saber que estaba equivocada y la despaché rápidamente.

Cuando estaba oprimiendo el botón del ascensor, recordé que había dejado unos papeles importantes, que quería leer en mi casa, por lo que, luego de un suspiro de resignación, me devolví a la oficina.

Justo cuando estaba guardando los papeles en mi maletín, el teléfono volvió a sonar. Era nuevamente la mujer nerviosa que preguntaba por CCCC. De mala gana, le contesté que la extensión a la que llamaba era mía y no de él y que si quería hablarle, tendría que llamar al día siguiente.

Al día siguiente, a las cuatro de la tarde, nuevamente sonó el teléfono y nuevamente la mujer preguntaba por CCCC. Hastiado de su insistencia, aunque con algo de tiempo, decidí matar el ocio haciéndome pasar por él:

- Sí, habla con él. Soy CCCC
- Soy Ana, la intermediaria. El Señor me mandó para que le entregara su plata.

pausa.
Recuerdo que me tomé un buen sorbo de agua antes de decidirme a seguir en el juego


- Bien - Dije
- Estoy afuera de su oficina. De qué color es su corbata?

Mi puesto tiene una ventana hacia la carrera 12 con calle 97, así que me asomé y desde mi puesto pude ver a una niña que sudaba y hablaba por un celular.

- Roja, es roja. Llevo una camisa blanca y un vestido negro.
- Salga y le doy el maletín
- Gracias

El ocio, el aburrimiento por la vida, las ganas de que por fin me pasara algo emocionante en mi agobiante rutina, no sé, algo, me impulsó a agarrar mi chaqueta y salir a recibir el maletín que me condenó.

La verdad, no recuerdo qué pasó desde el instante en que decidí bajar a recoger el maletín y el momento en que me encontré encerrado en el baño revisándolo. Solo recuerdo, que la luz de la oficina de CCCC, estaba encendida.

Al abrir el maletín, la caja de pandora se abrió y supe, de inmediato, que acababa de arruinar, por completo, mi arruinada vida a medias.

Recuerdo que una opresión en el pecho casi me ahoga y que tuve que hacer un gran esfuerzo por no vomitar.

En el maletín, además de doscientos fajos de billetes de 50 mil, había un dedo con un anillo.

El dedo estaba casi verde y había sido cortado desde su raíz. La verdad, no recuerdo qué dedo era, y no sé si pudiese reconocer si un dedo es anular, meñique o índice, si éste dedo no se encuentra acompañado de sus inseparables amigos dedos.

El anillo era gigante y tenía una cripta de cristal, en cuyo interior había un papel rosado, perfumado y con letras de una caligrafía perfecta.

No sé cuánto tiempo pasó, pero es normal que, al terminar la tarde, mis compañeros de oficina tengan una evidente tendencia a sincronizarse para ir al baño, así que supe que llevaba mucho, muchísimo tiempo adentro del baño, cuando oí que Benito, el abrepuertas de mi oficina, estaba siendo llamado a gritos por los desesperados buscabaños de la tarde.

Reconocí la voz del socio y la de CCCC. Ambos charlaban animosamente sobre las posibles causas del baño eternamente cerrado con llave.

La situación era incómoda y aparatosa, aún si no tuviera en mis manos cien millones de pesos, un dedo verde, con un anillo que olía a perfume y tenía dentro de su cripta una carta rosada.

Decidí, ante la algarabía cada vez más creciente afuera del baño, salir y asumir los chistes de mis compañeros de trabajo. El maletín lo escondí en un armario que estaba arriba de la tasa del baño y que nadie nunca abría.

Antes de guardarlo, me metí el dedo con el anillo en el bolsillo. Mi idea era poder leer la carta, mientras todos peregrinaban al baño y, ahí sí, coger el maletín y perderme a algún lugar para ver cómo me perdía.

Luego de soportar algunos chistes y de inventarme excusas realmente estúpidas (no podía decir que me había quedado dormido, porque todos creerían que era un inepto perezoso y me despedirían, aunque si hoy lo pienso, esto me hubiera importado poco cuando tenía cien millones de pesos en mis manos; no podía decir que me había vomitado o mareado, porque todos creerían que había llegado borracho a la oficina, aunque esto me hubiera importado poco cuando tenía cien millones de pesos en mis manos; dije que estaba cosiendo mis calzoncillos porque se me habían roto cuando me había agachado a recoger un papel), seguí con impaciencia la entrada y salida de todos los personajes: primero entró Mario, luego Jaime, después Carlos, entonces Diego, de quinto, entró Javier, más tarde Germán Camilo, enseguida Sergio y finalmente Jorge. Cuando Jorge salió, entré al baño.

No sé por qué me fijé inmediatamente en el suelo, pero no pude apartar, por unos momentos, la mirada de un pequeño papel que había en el suelo. Cuando dejé mi embobamiento (no quería pasar otras dos horas en el baño), abrí el armario para descubrir algo que ya sabía desde que había tomado la decisión incorrecta: el maletín no estaba allí.

El papel en el suelo era uno de esos que le ponen los bancos a los montones de billetes para separarlos por determinadas sumas.

Salí corriendo (qué más iba a hacer?) y en la tienda de la esquina, pedí el baño prestado.

Allí, reventé contra el suelo la cripta de cristal del anillo y pude leer, de la olorosa hoja de papel rosado, mi nombre.



La oficina tiene un ambiente denso, denso. Es claustrofóbica, es asfixiante. A veces, cuando me sentía encerrado y sin salida, gritaba.



CCCC me dice que el 29 de diciembre de 2004, sonó el teléfono y, al otro lado de la línea, yo le gritaba que no, que ésa no era su extensión, sino la mía.



Escribir este post sin el dedo en el que alguna vez llevaba un anillo con el nombre de CCC era menos difícil cuando no goteaba la sangre que yo mismo produje al haberme arrancado la cara mientras escapaba del secuestro producido por el hijo de alguien que nunca existió.

11 Comments:

Blogger Mal Ladrón said...

Sí, se nota que le gusta Auster...

11:48 AM  
Blogger El Chico de la Tapa said...

Como dirían en la Luciérnaga: qué fumadera de marihuana tan canalla!!!!!!!

12:43 PM  
Anonymous Anonymous said...

Señor:

1. Renuncie.
2. Deje de regalar su trabajo y publique.

1:30 PM  
Blogger *Ivonne*BlackCatHat said...

*speechless*

2:43 PM  
Blogger mundochacalblogspot said...

Je je.. a don Auster lo mencionó en mi post. Pero me gustaria que alguien que conociera su obra me explicara por que es tan importante.
Saludos.

5:45 PM  
Blogger Ciudadano Tipico said...

durante un rato fue como "elige tu propia aventura" (con nostalgia por niñez y todo el cuento) pero el final fue abrumador.
Repito entonces comentarios. Que fumadera de verda tan canalla. Speachless, y creo que si... debiera públicar en serio, pero haganos el deber, siganos regalando su trabajo.
(y tengo que averiguar algo sobre Auster...¿?)

7:40 PM  
Blogger Carolina Isaza said...

Qué buena cosa, realmente, lo felicito. Está dando frutos el ejercicio.

11:08 AM  
Anonymous Anonymous said...

vaya me hiciste un lio por un instante con eso del sanitario!!!
salu2

12:23 AM  
Anonymous Anonymous said...

esto ya lo había leido antes

9:40 AM  
Blogger David Motta said...

Interesante interesante, espero que el chico de los betamáses no tenga una colección de videos snuff por ahí.

5:29 PM  
Blogger hoffen said...

Buena cosa, me gusta mucho tu cuento.

9:18 AM  

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