Cuando ya uno pueda morirse
Mientras esperaba la mala noticia, me puse a jugar con el iPod, al cual ya no le cabe ninguna canción. Tiene nombres de artistas y canciones en cada una de las letras del abecedario.
Mientras esperaba la mala noticia, observé que en el iPod tenía todas las canciones que marcaron el inicio o el final de una relación, que tenía todas esas canciones que creí que eran las mejores del mundo, que estaba esa canción que guardé sin conocerla solamente porque parecía interesante y que me prometía escuchar detenidamente algún día, el cual nunca llegó, siendo ésta una de las muchas promesas que he roto en mi vida.
Vi que había grabado aquella canción de la que opiné, en algún momento, que era la más perfecta que se había creado en la historia. En el iPod estaba esa canción que me hizo decir: si yo hubiese podido inventar esa canción, me podría morir tranquilo, feliz, YA. El tipo que la compuso nació solamente para crearla
--- Oí el inicio de cada una de las canciones contenidas en el iPod, pero ninguna sonó completa. Ninguna me satisfacía. A pesar de que allí estaban todas mis canciones, ninguna era la banda sonora adecuada para el momento.
Mientras, sentado allí, esperaba la mala noticia (en esa sala de espera que nos obliga a jugar con los pensamientos para no consumirnos en la agonía del que está adentro, del que esperamos noticias), recordé al personaje de Océano Mar que decía que cada uno había nacido con una nota musical, y que nuestra misión en la vida era encontrarla y cantarla (o escribirla, no sé).
Mientras recordaba a Baricco, recordé, oyendo esa canción de ya no consigo ninguna reacción, que todavía espero encontrar esa nota, todavía espero componer esa canción que sea la única razón por la que nací, esa canción que justifique mi estadía en esta sala de espera, que nos entretiene mientras, como dice Calamaro, llega la caja de madera. Todavía espero hacer ESO que me permita decir que ya puedo morir tranquilo.